Es normal que en la dinámica de la vida, nos
encontremos con situaciones que nos gusten y con otras que nos disgusten. Algunos optan por adaptarse a lo incómodo,
aprender y superase, pero otros, se anclan en lo que les molesta y usan como
recurso equilibrador la queja.
Vivir en el mundo actual no es necesariamente
fácil. Nos vemos envueltos o somos testigos directos o indirectos de
enfermedades, accidentes, egoísmos, alto costo de vida, enemistades y cambios
inesperados. Todo este panorama nos pone en situación de adaptarnos o
resistirnos. En cualquiera de esas dos opciones, una de las prácticas más
frecuentes es quejarse.
Esto no constituiría un problema de no ser porque se convierte en una tendencia
frecuente y automática, que afecta a la propia persona y a quienes se
encuentran en sus zonas de influencia.
Aunque parezca que quejarse es una forma sana de
liberación, de catarsis, de desahogo anti estrés,
la quejadera tiene efectos emocionales y relacionales que muchos no logran
siquiera notar.
En su libro “Decisiones”, Shad Helmsteter se
refiere a este tema, y lo menciona como una “nefasta costumbre colectiva”,
un hábito que repetimos porque nuestra mente ha sido programada para hacerlo.
El asunto es que cada vez que algo no sucede como deseamos que suceda, nos da
por lamentarnos.
El problema real no es quejarse, sino la intensidad
emocional presente en la queja la frecuencia con la cual la que se realiza,
pues de acuerdo con los neurocientíficos, cuando comenzamos a quejarnos, nuestro cerebro sufre cambios importantes.
Debido a que la queja
va acompañada de un sentimiento de injusticia, impotencia y frustración,
nuestra respuesta fisiológica se ajusta a esas interpretaciones y en
consecuencia, el cerebro produce en hormonas que alteran nuestras funciones
normales, como: adrenalina, noradrenalina y cortisol. Estas hormonas,
afectan nuestros pensamientos y nuestra conducta. Así, nos convertimos en
personas pesimistas y nuestra capacidad de respuesta ante los eventos se
reduce. Nos hacemos víctimas de los eventos, en vez de afrontarlos desde una
actitud creativa confiada y entusiasta. Si esta práctica se hace hábito, la
tendencia es a que se produzcan a la larga, desajustes de salud.
La recurrencia de la queja nos programa
negativamente. Nos hace esperar lo malo e incluso justificarlo. Además,
atraemos gente quejosa y pasiva que se rinde con facilidad ante las
adversidades y limita su racionalidad, su objetividad, su fortaleza. Esto
termina por afectar nuestra autoimagen, y nuestra imagen social y por ende
nuestras relaciones de pareja, trabajo y familia. ¿Quién quiere estar con una
persona quejosa que se muestra débil y frustrada?
Es importante darse cuenta de esta costumbre,
reconocerla, asumir la necesidad de superarla y ponerse a trabajar en ello con
auténtica disposición. La quejadera es una revelación de inmadurez, pues es una
forma indirecta de rendición ante las dificultades. Aconsejaba Gurdjieff: “no te quejes, usa la frustración para
desarrollarte”. Para este sabio y experto en el funcionamiento
mental, la queja disipa la energía necesaria para cambiar, para enfrentar, para
resolver. Al quejarnos, la energía necesaria para movernos hacia el cambio, se
diluye en una conversación intrascendente que no apunta hacia la conducta
evolutiva.
Es claro que ante ciertas situaciones hay que
quejarse, reclamar y defenderse. No estoy proponiendo negar la realidad,
reprimirse o actuar tímidamente. Planteo la necesidad de hacernos conscientes
del momento en el cual quejarse empieza a ser un comportamiento diario,
habitual o automático. Detrás de esta costumbre tan popular, se esconde una
baja autoestima, decir una falta de amor propio.
La mayoría de los quejosos no actúan, se
acostumbran a rumiar su pena, pero mantienen un comportamiento pasivo con lo
que les frustra. Es mucho más funcional, como dice Robert Sternberg en su
libro, la inteligencia exitosa: usar la inteligencia para detectar el problema,
buscar solución y proceder a la acción resolutiva.
En algunas personas la queja llega a ser algo tan
normal que no se dan cuenta de su presencia. Recuerdo un episodio en el que
llamé a un amigo para saludarlo, y en menos de diez minutos de conversación se
quejó de su madre, de su padre, de su hermana, de su situación económica, de su
falta de pareja, del precio de los libros, sus vecinos ruidosos y el Gobierno.
Sería más efectivo preguntarse: ¿Qué puedo hacer,
cómo debo hacerlo y cuándo, para modificar cuanto antes esta situación? ¿Es
esto tan grave como para que tenga que sentirme de esta forma?
Para enfrentar este
hábito desgastante, es necesario darnos cuenta de la manera como analizamos e
interpretamos las cosas, puesto que en la alta mayoría de los casos no es lo
que nos pasa lo que genera nuestras reacciones, sino la manera habitual que
tenemos de evaluarlas e interpretarlas. Hay que detener la queja, reflexionar y hacernos
cada vez más conscientes de proceder. Pensemos que bastan quince minutos
diarios de queja para acumular cinco mil minutos anuales de autodestrucción
emocional.
Un ejercicio adecuado para eliminar el hábito de
la queja, consiste en escoger un día a la semana (para empezar) y observar
la cantidad de veces que nos quejamos a solas o frente a otros. Si es posible,
anote las veces que lo hace y pronto estará tan sorprendido o asustado, que su
mente empezará a ayudarlo a eliminar la costumbre. También puede observar a una
persona cercana, sólo para ampliar su capacidad de estar consciente. Bajo
ninguna circunstancia intente cambiar a nadie más. No les cuente a otros que
ayer se quejó cuarenta veces o que en la última semana haya renegado doscientas
veces de su matrimonio. Eso sólo le traerá mala imagen. El objetivo es cambiar
usted y nadie más. Su ejemplo, motivara que otros cambien.
Luego de iniciado el período de auto observación,
piense en otras conductas alternativas y novedosas pueda asumir en vez de
quejarse, como por ejemplo: reírse, buscar solución a lo que no resultó como
esperaba, tratar de encontrar la causa de la situación o dar gracias a Dios por
ayudarle a hacerse cada vez más y mejor observador. Hay muchas alternativas además de la queja, y siempre con mejores
resultados.
Lo importante del asunto es descubrir y
desenmascarar el hábito, reprogramar la mente
con nuevos comportamientos y
practicar hasta lograr instalar el cambio. Aunque sea difícil, siempre
venceremos si somos insistentes.
Dr. Renny Yagosesky - PHD en
Psicología Cognitiva. – MSc. en Ciencias de la Conducta. – Lic. en Comunicación
Social. – Conferencista y escritor – www.laexcelencia.com.