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jueves, 14 de noviembre de 2013

LA MASCARA PSIQUICA O EMOCIONAL, COMO MECANISMO DE DEFENSA





Según los expertos, las máscaras ayudan a la gente a quedar bien.

 Usarla en exceso para afrontar situaciones cotidianas puede ser peligroso, según psicólogos.

¿Se ha preguntado en algún momento cuántas veces al día se pone la máscara para mostrar una cara que no es la suya, sino algo que le interesa proyectar?

Prácticamente no hay seres humanos exentos de hacerlo. Aunque la intención sea inofensiva, en algún momento la gente se pone la máscara como un mecanismo de defensa, por instinto de conservación o simplemente para proteger su autoestima.

Ese antifaz no deja ver con claridad lo que está detrás, que es el verdadero rostro. Y lo mismo sucede cuando se usa una máscara psíquica o emocional, es decir, para ocultar alguna parte real de nuestra identidad. En este sentido “se entiende como disimular o aparentar una característica, habilidad, sentimiento, vivencia, personalidad, seguridad o identidad que no corresponde a la realidad”, explica la psicóloga clínica Ana Isabel Jiménez.

De alguna forma, todos los seres humanos disimulamos un poco para “quedar bien”, pero cuando se pasan ciertos límites comienza a rayar en la patología.

La motivación residiría en la necesidad de dar una impresión, que en el fondo es falsa, para lograr un objetivo material o emocional: obtener reconocimiento, escalar alguna posición o crear un clima que permita, de alguna forma, sacar ventaja.

Se suelen, entonces, exagerar un poco las virtudes y esconder los defectos, y no es algo que se pueda considerar dañino, porque se hace incluso en situaciones inofensivas como maquillarse para una foto o arreglarse y prepararse para entrevistas de estudio o trabajo. “En lo afectivo también ocurre, cuando estamos frente a alguien que nos gusta y queremos causar la mejor impresión”, dice Jiménez.

Quienes suelen usar máscaras son conscientes de ese comportamiento. Sin embargo, en los trastornos de personalidad, como el antisocial, la persona está convencida de lo que dice, así sea mentira, y no es consciente de que esto es ya un problema. 

Máscaras más comunes

Hay una escala de anhelos en los seres humanos: el ser, hacer y tener, logros que ayudan a la gente a desarrollarse, pero que es importante identificar su orden de aparición. A veces las personas se obsesionan con el hacer o el tener y, con tal de lograrlo, fingen ser o aparentan tener las cualidades o atributos deseados, y para ello utilizan máscaras. En este punto puede resultar peligroso usarlas, pues la gente cree merecer algo y lo finge, hasta que la realidad demuestra que aún no está preparada. El engañar a alguien mostrándole lo que aún no se es puede deteriorar la relación.

Las máscaras permiten, de un lado, proyectar lo que se desearía que los demás vieran en usted o lo que considera que es deseable para los demás y, de otro, ocultar aquello que se considera inadmisible o inapropiado.

Lo que se busca con estos antifaces sociales –precisa el psicólogo Alejandro Cortés– es garantizar la satisfacción de las necesidades psicoafectivas de los seres humanos, es decir, lograr el afecto, el amor, el reconocimiento y el sentido de pertenencia en la interacción con los otros.

Y ¿qué hacer en caso de que nos sintamos engañados, heridos o utilizados por alguien que usa máscaras para obtener beneficios en una relación personal o laboral?

Cuando el disimulo que proyecta su máscara está dentro de la franja de lo remediable, lo más sano es expresar la inconformidad y optar por el derecho a la disculpa. Pero si se vulneran la dignidad, la ética y se defrauda la confianza y no hay reparación, el apoyo terapéutico es una opción.

¿Quiénes las usan más?

Hombres y mujeres con un patrón de excesiva emotividad y que buscan ser el centro de atención, tienden más a utilizarlas. Suelen ser teatrales.

Son peligrosas
Las máscaras son un peligro cuando quienes las usan se saltan las reglas básicas de honestidad y respeto por los otros, se menoscaban la ética y la moral y queda en entredicho la legalidad para obtener beneficios propios sin importar la otra persona. Esto se ve en quienes sufren trastornos de personalidad y resultan tan convincentes que pueden hacer sentir que la persona vulnerada es la equivocada. En ellas ocurre una falta de credibilidad; no aprenden y cuando dicen la verdad nadie les cree.


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